lunes, 29 de abril de 2013

"Cazador de alientos" (1)

Capítulo primero: el acechador en la oscuridad.

  Se abrió suavemente la ventana y una leve brisa movió las cortinas. Desde dentro de la habitación se empezó a oír el murmullo nocturno de la ciudad de la superficie. Donde antes sólo había oscuridad se encontraba ahora una figura extraña cuya presencia nadie advirtió. Esto indicaba que estaba haciendo bien su trabajo. Entrar, cazar y salir de ahí sin que nadie se diese cuenta. La quietud absoluta se apoderó de su cuerpo. Mejor dicho, su cuerpo se apoderó de la quietud absoluta.

  Si alguien pudiese ver a través de las sombras, y estuviese en aquel instante en la misma habitación, habría descubierto algo que habría hecho enloquecer al más cuerdo de los despectivamente llamados "superficiales". Una extraña figura rodeada de cables y tubos acechaba al lado de la cama. Casi parecía un ser demoníaco procedente del más horripilante infierno dispuesto a llevarse el alma de algún mortal. Ni un centímetro cuadrado de piel era visible en ese inquietante ser pues estaba completamente cubierto por lo que parecía una armadura de un material oscuro. Lo más inquietante era su cabeza que estaba protegida por una especie de careta anti gas, aunque en realidad se trataba de algo mucho más sofisticado que ese rudimentario artefacto del pasado. Esto aportaba a la siniestra figura un fantasmagórico tono de impersonalidad. 

  Al cabo de unos minutos seguía acechando con pasmosa quietud entre el manto de sombras que rodeaba la cama. No podía cazar todavía. Tenía que esperar el momento exacto, ni un segundo antes ni uno después, y actuar. Pero la paciencia es una virtud esencial en los que practican la caza. 

  En la cama, a escasos centímetros de la figura, dormía plácidamente un anciano sin saber que sus órganos comenzarían a fallar de un momento a otro. Unos ciento diez años de edad. Una muerte algo prematura pero a pesar de los avances en ciencia y salud que habían conseguido aumentar la esperanza de vida en los humanos no se había resuelto aún del todo la imprevisibilidad de la muerte.

  El complejo traje de hipersensibilidad ambiental del acechador detectó un cambio: los órganos del viejo comenzaban a fallar. Se acercaba el momento de cazar. La figura descolgó de su espalda una pequeña mascarilla para acopiar el preciado trofeo. Cuando el viejo exhalase su último aliento debería recogerlo colocando la mascarilla sobre el rostro del cadáver y consevarlo en el receptáculo de su espalda. Todo ello estaba a punto de ocurrir. 

  Ciertamente se trataba en la mayoría de las ocasiones de un trabajo fácil casi comparable con la recolección de los frutos maduros de un huerto. Había que caminar hasta el lugar, recoger lo propio y marcharse. Ni siquiera era delito cazar el aliento de un moribundo. Sí que lo era, claro, allanar la propiedad privada de alguien y conviene destacar que era algo muy duramente castigado.

  Pero el traje de Orphïo, que así se llamaba quien acechaba en el silencio de la noche, volvió a detectar cambios esta vez provenientes del pasillo que conectaba todas las habitaciones de la residencia. Parecía que esta vez no iba a  ser tan sencillo como un agradable paseo por el huerto.  

5 comentarios:

  1. Me gusta, tiene un aspecto siniestro y agobiante que te mantiene en vilo durante todo el relato. No se que se conseguira con un "ultimo haliento", pero seguro que la ficticia sociedad que has creado se ha vuelto en algún modo corrupta por ello ¿me equivoco?

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  2. Tendrás que seguir leyendo para descubrirlo hamijo.

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  3. Tiene tentáculos el traje? Los tentáculos molan...

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    1. En principio cables y tubos nada más... pero vamos que si la audiencia quiere tentáculos quizá se los ponga.

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  4. Por cierto, hago fé de erratas, aliento sin "h"...

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