lunes, 27 de mayo de 2013

"Cazador de alientos" (4)


Capítulo cuarto: Carón.

  Al acercarse el traje negro de Orphïo quedó bañado por la luz roja del letrero de El Infierno. Un demonio más en la ciudad de los demonios. Se detuvo por un momento ante la puerta que daba acceso al interior. No era que tuviese miedo. Lo que sucedía es que aquél  era el peor lugar de toda la subciudad, y probablemente de la superficie de Nueva York. Si allí abajo había bandas criminales, gángsteres y demás, era porque contaban con la aprobación de El Infierno. Sin lugar a dudas era el sitio más infecto y asqueroso de toda la subciudad.

  Pero no era que tuviese miedo. Lo que pasaba es que era un lugar repugnante. "Por Euríade" pensó. Esto le hizo continuar su camino.  

  Bajó la estrecha escalinata situada debajo del letrero dirigiéndose hacia la profunda oscuridad. Poco a poco las lentes de su máscara se ajustaron a la oscuridad. Ahora Orphïo veía perfectamente el estrecho pasillo que se extendía ante él. Mugre y oscuridad por doquier. Lo reconocía perfectamente, pues lo había recorrido en más de una ocasión. Un paso más cerca de volver a estar vivo con su querida.

  Mientras caminaba podía escuchar unos silbidos que provenían del final del corredor. El que silbaba, que también había escuchado los pasos de Orphïo, dejó de hacerlo durante un instante para reconocer a quien se acercaba. Nuestro protagonista no se esforzó en hacer uso de su letal sigilo, pues no era necesario en esta situación. Carón, el que silbaba al fondo del pasillo, no era ni víctima ni enemigo por el momento. Siguió silbando. Se trataba de un viejo encorvado con bastante mal aspecto.  Su piel fina y arrugada no había tenido contacto con la atmósfera de la subciudad desde hacía mucho tiempo, y sus ojos... bueno de sus ojos no se sabía nada. Una venda raída y asquerosa los tapaba. 

  Las lenguas curiosas contaban que siempre había estado a cargo de la entrada a El Infierno. Ascensorista le gustaba llamarse. Ascensorista ciego.

  -¡Hola Orphïo! -saludó el viejo en un tono más bien jovial que desentonaba totalmente teniendo en cuenta la escena que les rodeaba.

  -Hola Carón -respondió con seriedad-. ¿Me bajas?

  -¡Ah! Vienes de hacer lo tuyo, ¿eh? ¿Qué tal ha ido? ¿Difícil? Sí, sí... claro que te bajo. 

  El viejo abrió la reja metálica que daba acceso al ascensor y permitió pasar al huésped. Una vez que estuvieron dentro el viejo cerró la reja y pulsó el único botón del ascensor. El ascensor hacía ruido al bajar. A parte de eso sólo había silencio. 

  -¿Y qué tal tiempo hace fuera?

  -El de siempre. Mal tiempo. 

  -Sí... yo soy viejo y ya noto las tormentas -respondió Carón. Era muy raro ver cómo, aunque estaba ciego, miraba a su interlocutor al hablar. El vendaje de los ojos se hundía donde debían estar los globos oculares-. Las noto por los huesos ¿sabes? Bueno ya no te debe quedar mucho ¿no?

  -No. No mucho.

  De pronto el ascensor se detuvo. Carón miró a Orphïo antes de abrir la reja.

  -Orphïo, ¿me vas a dar hoy una moneda?

  Pero no respondió. En lugar de eso abrió la reja y se encaminó hacia la profundidad de El Infierno con paso decidido.

  -Ah... eres un buen tipo. Una putada que te pase esto -dijo carón mientras cerraba la puerta y volvía a apretar el botón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario